¿Y ya con que voy a soñar, cuando he sido tan feliz despierta?.
Me puse a consolarla, a buscar razones que explicaran la ausencia de él, a ofrecer argumentos y pruebas. Nadie era tan fácil de engañar como ella entonces, porque en momentos así todos escuchamos con alegría cualquier palabra de consuelo y nos contentamos con una sombra de justificación.
Cuando digo que mira, miento. No mira, sino que contempla
distraídamente. De modo que quizá sólo fugazmente, casi sin querer,
puede ocuparse de lo que le rodea.
Con un dolor de corazón en que se mezclan la angustia y la dulzura.
En ese instante sentí una horrible tristeza y, sin embargo, algo así como un brote de risa empezó a cosquillearme el alma.
El verdadero dolor, el que nos hace sufrir profundamente, hace a veces
serio y constante hasta al hombre irreflexivo; incluso los pobres de
espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor.
Acaba uno por agotarse y siente que esa inagotable fantasía se agota con el esfuerzo constante por avivarla.
